Escalada en familia IV

¡Por aquí asoma el que faltaba, el benjamín!

«Las montañas que jalonan la Tierra son las formaciones más estériles e inútiles del planeta, excepto para los geólogos, geógrafos, las construcciones de embalses y para los que sueñan con grandes espacios. Con su desnudez absoluta, su pobreza extrema y su belleza misteriosa, estos domos de nieve y flechas de granito no existen más que para la felicidad del hombre. Las montañas, al igual que los océanos o los desiertos, son nuestros jardines salvajes, tan necesarios e indispensables como el agua o el pan; no solamente porque el aire resulte más puro que en las ciudades, sino porque ante todo constituyen lugares de plenitud, donde el hombre puede caminar, correr, detenerse, contemplar, trepar, navegar, tener hambre, tener sed, utilizar el vigor de su cuerpo, y hacer respirar su corazón y su alma.»

«Frente al granito y al hielo, el ser humano es de porcelana; frente a la imagen de la eternidad, la imagen misma de la fragilidad. Y, sin embargo, pletórico de amor, voluntad y comprensión, ¡de qué no sería capaz! Cuando Bonatti escala una pared vertical no pesa nada para la báscula de la Naturaleza, apenas representa una brizna de hierba; algo parecido a Bombard con su lancha en la mitad de un océano. Una ráfaga de viento o una ola y desaparecen. No importa.»

«Creo que si las peculiaridades de la época en que vivimos residen en la realización de inventos admirables, también deben vislumbrarse al asumir la inconmensurable riqueza, fuerza, generosidad y ansias de libertad del hombre desnudo, sin armas ni máquinas, solo o en grupo, frente a la gran naturaleza. ¿Existe algo más natural que la urgente necesidad humana de aprovechar esta riqueza? Cuando somos niños, subimos a los árboles y a los muros por el placer de escalar, para descubrir y ver desde más alto lo que está más lejos. ¿No es eso lo que los mayores llaman alpinismo? ¿Acaso hemos sabido conservar todavía ese instinto infantil? Nuestro placer es escalar, elevarnos en el cielo neutralizando la gravedad.»

«Simplemente, el alpinista es un hombre que conduce su cuerpo allá donde un día sus ojos se fijaron. Pienso que tenemos un corazón, un alma y unos músculos que forman un conjunto que se muestra feliz cuando se utiliza, lo que nos hace experimentar una hermosa alegría interior. Realizar correctamente unos movimientos, subir bien por una placa o una chimenea, intentar algo para lo que se está especialmente dotado, apenas exige esfuerzo, tan sólo imaginación. También agarres; adivinar… cada vez resulta más raro en una vida en la que todo se encuentra inexorablemente indicado, previsto, organizado, incluso para el ocio. ¡-Organización del ocio-, un concepto terrible!.

Gastón Rébuffat, Estrellas y borrascas (1954)

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